Exilio de casa (parte 3)

El fin de una era es una convención, un concepto. Pero también algo vivible. Lo más cercano en palabras humanas es "fin" o "cima", aunque ninguno de esos términos extremos indique la sublimación como momento cumbre, final pero también principio de un ciclo constante. Como una sucesión de círculos que se cierran sobre sí mismos para transformarse, sin que nos demos bien cuenta cómo, en un nuevo círculo.

A veces una era tiene la humana duración de los años o los siglos. García Marquez lo supo. El coronel Aureliano Buendía y, sobretodo, la legendaria Úrsula Iguarán también. Una casa es la forma física de una era familiar. El cambio vertiginoso de los tiempos desde la penicilina hasta el whatsapp, la constancia de los días y las noches que se encienden y se apagan ante una mole inmutable de ladrillos.

Los nacimientos y las muertes, los soles y las lunas. Las largas emociones pronunciadas o secretas que esconde cada palmo del aire, los techos y los pisos. Un día, esa historia impredecible y desarticulada se sublima, encuentra su evolución a lo sutil. Un día la era cierra el círculo misteriosamente y su fin se aleja diametralmente de todo concepto, de toda convención.

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