La madrugada de Fidel

3:30 de la madrugada. Salgo del bar con la guitarra a cuestas. Camino las calles siempre activas de Buenos Aires buscando una pizzería de esas que hacen horas extras y no la hallo. El mundo parece distinto al que conocía. Llego a la parada del 24 y, a pesar del horario, ya hay gente esperando. El flaco que está delante mío habla con su compañero mientras desliza repetidamente el dedo sobre la pantalla de su celular. De repente se calla, queda absorto un instante, levanta la cabeza buscando una mirada. Encuentra la mía y me dice, en estentórea exclamación: "¡Se murió Fidel!"

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