Viernes Santo

Tarde salgo a buscar un ingrediente de última hora para mis pizzas a la parrilla. Camino las dos calles desérticas hasta el mercado escuchando unas voces amplificadas pero poco claras que cruzan el aire en algún punto remoto del barrio.
Al salir del supermercado, me encuentro con la procesión de gente (de ella las voces) que viene a mi encuentro. Me detengo en la esquina a observar. La encabeza el mismísimo Jesucristo (un muchacho caracterizado) que carga él solo una cruz. A su alrededor, dos soldados romanos (o dos muchachos caracterizados) chasquean látigos y le gritan de una forma tan real y tan cruel que no puedo detener mi goce artístico-espiritual y, en el cruce de las avenidas 137 y 60 del barrio de Los Hornos, me echo a llorar; conmovido (con retroactividad de más de dos mil años) por el tormento condenatorio provisto por quienes aun no comprendían que otro ser hablara desde y del amor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los cuentos en La Tundra

Ciencia incierta (o la mitad del universo)

Exilio de casa (parte 6)