GER vs ARG

El fútbol no es el principal motivo del mundial de fútbol. Lo supe. Podrá ser el leit motiv en el comienzo (y no me meteré a hablar, al menos por ahora, de los márgenes económicos que genera), pero luego a nivel popular, el mero deporte se ve sobrepasado por una emoción tan gigantesca que a su lado no puede sino ceder su pretensión.

A tres horas del inicio de la final del mundo que disputarían Alemania y Argentina yo me encontraba aún dando vueltas en una Buenos Aires que había perdido su orden. Los circuitos de colectivos eran anárquicos y, sospeché ya sin ganas de buscar más, habían llegado a suspenderse arrasados por el mismo furor que el fútbol.

Ese furor era de carne y hueso y estaba ahí, alrededor del obelisco, por las calles, en los automóviles que circulaban como podían, en los últimos micros de línea de los que emergían cantos de los pasajeros al unísono. Esa ola kilométrica que se llevaba a su paso la razón primitiva del torneo, la razón que quizá aún seguían respetando los 11 jugadores con camiseta de la selección y el calor de Rio de Janeiro, no era ni más ni menos que la alegría y la esperanza enun combo incomparable.

Más allá de las ansias, los nervios o el terror que die mannschaft impusiera en el campo del Maracaná; en Buenos Aires, en cada rincón de su tarde de domingo, en cada casa e incluso en la cervecería en que me hallaba, la alegría y la esperanza reinaban sin discusión. Desconocidos que se vuelven conocidos porque todos, sin importar el origen, por un rato somos lo mismo; es más, somos el mismo argentino alegre y esperanzado, parado en el hilo sutil del presente. Abstraído colectivamente de las ocupaciones, las necesidades, los problemas o las obligaciones.

Ese, intuyo, es el clima tan extraño de mundial del que hablé hace unos días y no percibí sino ahora, tras compartir con perfectos desconocidos la alegría de cantar, gritar y ser de la misma orilla.

(A los 117 minutos Alemania se quedó con la copa del mundo. El bar quedó silencioso. Me fui inmediatamente. En las calles aún quedaban restos de alegría que compartir).

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