Exilio de casa (parte 4)

Me sacudo para liberarme de ornamentos: "He aprendido a reconocer el movimiento de las aguas de mis emociones, porque mi viaje evolutivo me ha llevado a conocer el nacimiento de cada río. Es decir, puedo ver esas emociones que surgen en mí con su burbuja recién formada. Puedo verme más transparentemente cada vez". Y ahora sí, libre de la desidia en que la metáfora a veces me atrinchera, seré todo lo práctico que esté a mí alcance.

Este lado práctico es uno de mis seres más primitivos. Una de mis expresiones menos alteradas con el tiempo. Es un costado necesario que aflora cuando, en días como hoy, la acción me requiere. Es ese costado paciente y metódico que acude para, con suma dedicación, sentarse frente al enigma el tiempo que el enigma requiera. Silencioso, con sus anteojos de relojero, observa y analiza en aparente trance buscando cualquier indicio del extremo del ovillo.

 Amaneció el domingo y diviso las luces que dejé encendidas. No hay ruidos de ollas ni tucos en el aire. Aún sin decir palabra alguna, me observo. La desidia del sábado se ha transformado en la acción del domingo. El relojero ya está ahí desde quién sabe qué hora esperando el milagroso momento, a veces explosivo y a veces trabajoso, de desenmarañar el ovillo; de desandar la trama. De darle forma material al exilio.


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