Exilio de casa (parte 2)

Quién sabe cuánto tiempo hemos estado sumidos en ese trance, a saber: el juego lo repetimos cada siesta con mi hermano. Sobre toda la alfombra de la habitación (o en los espacios que la cama, los libros y otros objetos dejan) desplegamos toda una caja de autitos y muñecos. Cada tarde creamos un universo nuevo con las mismas piezas. Cada siesta, con la persiana baja apenas dejando pasar lineas punteadas de sol, y el silencio y el susurro como lengua,creamos un universo.

Quién sabe cuánto tiempo hemos estado sumidos en la penumbra dada que la intempestiva salida al patio bañado de sol nos encandila. Nos ciega el blanco refulgente de la loza más allá del pino y la de las paredes medianeras y el galpón. Cuando los ojos se acomodan ya hay una pelota entre nuestro pies, o un par de patines y allá, en el otro extremo del patio el sonido acuático del lavarropas de la abuela presagia su presencia. Se asomarán desde su casa en cualquier instante porque, cada día, este trance de la niñez incluye el abrazo de mis abuelos.

De pronto, nuevamente, como quien sale de la luz cegadora del pasado, adapto mis pupilas a los treinta años que han pasado sobre este patio hoy transformado en casa, al galpón transformado en living. Emerjo del trance en silencio mientras comprendo que estoy en mi aquí y ahora, en mi casa, escuchando a mi abuela contarme su día mientras le extiendo otro mate.

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