Encuentro con Joel Bomeland

Me encontré en un cafecito de la calle Libertad, en una de sus únicas mesas, con uno de los discípulos del doctor Wilches-Chaux. Un muchacho flaco y de pelo rojizo llegó a la hora acordada con extremada puntualidad. Intuyo que los cuarenta pasos que separaban la mesita de la esquina más próxima, los recorrió en los cuarenta segundos anteriores a la hora señalada.

Se sentó. Era como un ente o un autómata. La prima que nos presentó en un after office un mes antes, fue quien dijo que Joel Bomeland, mi puntual encuentro, tenía posgrados en física en imposible-que-recuerde-cuales universidades, y que era la persona que yo estaba buscando para compartir mis propias teorías. Él, en los siguientes incómodos minutos antes de que yo abandonara el after office, no habló de sí sino de las ideas colaterales que aprendió ya-no-recuerdo-cuándo con el doctor Wilches-Chaux. Ese fue mi único dato para aceptar que todo aquello era real y que había un nexo entre nosotros, tan distantes, como para conectar nuestras ideas.

Pedí un café y él nada, y me apresuré (antes de que la camarera volviera) a desplegar una hoja sobre la mesa donde exponía graficamente mis "Teorías del Disconfort". Bomeland lo miró y, para que pudiera él contemplar algo que yo caprichosamente creía tan universal, recliné mi espalda sobre la sillita de madera.

En ese preciso momento, una de esas sagaces ráfagas que nacen de la nada, corren desde las alturas, ganan los toldos y se les cuelan de repente por debajo, se entrometió en la reunión. Un transeúnte presionó instintivamente su gorra en la cabeza, otro se puso de espaldas antes el polvo que se levantó como una mínima ola de arena. La ráfaga arrebató en un solo movimiento la hoja que, desplegada, flotó con la liviandad de una gaviota rumbo a la calle y planeó en toda su magnitud ante mi estupor y la indiferencia de Joel Bomeland, quien sólo la siguió con la mirada.

Tras un eterno segundo de emoción sostenida, un colectivo de la línea 24, aprovechando los últimos instantes de luz verde que en la esquina le ofrecía el semáforo, pasó como un rayo llevándose por delante la hoja con mis teorías que, adheridas al parabrisas, viajaron con destino incierto hacia algún rincón insospechado de la ciudad de Buenos Aires.

#TeoríasdelDisconfort

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